lunes, 11 de junio de 2007
Entre el cielo y el suelo
Entre el cielo y el suelo pasea Analía Parra. "Mamasa" (escribir "mamaza" no es lo mismo), a decir de los obreros del andamio; para nosotros, periodista del costumbrismo bajo su cabecera "Uruguayeces", pendiente de los bajos vuelos de mucha gente común.
Para la imagen me elevé..., elegí el cielo.
Uruguayeces
ENTRE EL CIELO Y EL SUELO
Los edificios en construcción de Montevideo tienen esa marca inconfundiblemente uruguaya: la del apachorramiento. Pasan meses y meses antes de que un piso esté terminado. Y la fecha de inauguración, que aparece en el enorme cartel de la constructora, se tacha y se cambia cada tanto. Pero así también son quienes trabajan edificando. Tienen tiempo para todo: para conversar, tomar mate, jugar en los andamios y hasta entretenerse con las transeúntes.
Camino a la universidad recibo todas las mañanas un epíteto baboso de alguno de los obreros del futuro penhouse de Eduardo V. Haedo y Bvar. Artigas. A pocos metros de distancia, el olor a cemento mezclándose en el tanque de la hormigonera, entreverado con el ácido de los sobacos propio del esfuerzo, me alertan lo que se viene. Uno de los que trabaja parado en el andamio —nunca sé bien si en el sexto o séptimo piso, porque no me atrevo a mirar tan alto— pega un chiflido. Alguna que otra vez he caído en la torpeza de responderle con la mirada. En seguida, los compañeros que en suelo firme transportan escombros en carretillas alardean del macho que llevan dentro. “¡Mamasa!, ¡qué cola que tenés!” es el piropo más suave que una puede recibir. De ahí en adelante, todo un espectro de comparaciones con la fauna autóctona es posible. No importa si el par de piernas que pasan transporta 40 ó 120 kilos, aunque las preferidas son las que se menean en pollera o las de vaqueros ajustados, que realzan sus atributos.
Con guantes sucios que parecen manoplas, camiseta de tiradores agujereada y botas amarillas como las de los bomberos, estos hombres de los ladrillos son personajes de lo más mediáticos. Su sindicato es como las empresas públicas, siempre aparecen en televisión. Pero la mayoría de las veces alcanzan el estrellato cuando se han estrellado.
Era hora de almorzar y los constructores habían tirado unos chorizos en un medio tanque, sobre la vereda. Tomaban vino en botellas de plástico, como si fuera agua. Pasé como todos los días, pero decidida a enfrentar al primero que se me cruzara. Y me encontré con una multitud rodeando la esquina de Víctor Haedo y Bvar. Artigas. La mayoría eran mujeres, con cara de “se lo merece”. Me abrí paso entre ellas y pude ver una ambulancia que cargaba en una camilla a un obrero. Era uno de esos típicos casos de negligencia, por no querer usar el cinturón de seguridad.
Aún consciente, el tipo me miró, horrorizado. Recordé entonces que esa mañana, cuando pasaba por la obra, mientras ascendía colgado de un andamio, el ahora accidentado me había invitado a pasear por el cielo. Furiosa, le dije que tuviera cuidado que con tanto alcohol encima, iba a terminar paseando por el suelo.
sábado, 2 de junio de 2007
Diminutivos peligrosos
Ximena Hernández ha encontrado un tema jugoso y cort-ito donde clavar el tenedor (la chocolatada final es fundamental en este texto).
Para la ilustración recurrí a google, ¿que aparecería con un "ito"? franciscoponce.com y su pajarito ito, por ejemplo.
CON/TENEDOR y escabeche
Diminutivos peligrosos
“A mí cuando me vienen los itos me viene la itis”, decía mi abuela. Claro, cuando algo es grande viene el diminutivo detrás, sobre todo cuando se pide. “Es un favorcito nomás”, o “¿me prestás unos pesitos?”, o la típica “es un angelito, dejalo”. Ese ito disminuye, pero en realidad esconde un problema mayor. Es muy utilizado por los niños que luego de una travesura tienen que dar cuentas a sus padres: “Papito, tengo un problemita…”. (Mejor no incursionar en otros significados de “papito” y “mamita)”. También se utiliza para maximizar delicadamente: “viste qué sueldito tiene aquel”, o “qué cuerpito el de ella”.
En la política está mal visto. Si Astori hablara de la “reformita” tributaria, o de unos pesitos más para la educación y de sacarle unos pesitos a defensa y salud, a los afectados les da “alarmitis”, porque saben que las dimensiones del diminutivo en la práctica son muy elásticas.
Asimismo se usa para disminuir el sustantivo o para agrandarlo, pero tomándole el pelo al contrario. Unos partiditos fueron los que perdió Nacional en el Clausura, porque apuntó los dardos a la Libertadores. Acá quedaron los jugadorcitos y a peñarol –con minúscula a propósito para no ser tan mala con el diminutivo que le corresponde-, le agarró la coleritis aguda, porque encima un cuadrito le ganó el Clausura.
Un ito que no se toma como tal es el de maldito. ¡Maldito loco! Más bien es énfasis de que el otro es malo y que quieres que más maldad recaiga en él. O ¡maldito día me tocó hoy!, para descargar el mal humor que juntó en el día.
Si Batlle en su célebre frase “los argentinos son todos chorros del primero al último” hubiera metido un ito, le hubiera dado un énfasis que después sería más difícil de remover. Si hubiera dicho “toditos”, ese ito hubiera retumbado más tiempo en los oídos argentinos. Y si hablaba de “chorritos”, seguro que lo tomaban por loquito, por hacer bromitas de mal gusto en una acusación desubicada.
Seguro que por falta de ito su itis fue más leve. La gastritis por el estrés seguro que fue menor, pero la melancolitis no la pudo evitar –o la utilizó para dar “lastimita”, quien sabe-.
Las señoras educadas se toman un tecito con masitas –tecito es un decir fino, en realidad nada mejor que una chocolatada caliente con tostadas con manteca y torta con dulce de leche-. El ito funciona para la culpa, pero después lo de gordita te lo dicen cariñosamente, para no ofenderte. En fin, todos sabemos los múltiples significados del diminutivo.
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