sábado, 26 de mayo de 2007
Historia de caramelo
Romina Sánchez escribe cuentos disfrazados de columnas. Y queremos tanto a Romina... Éste es uno de sus mejores "Desencuentros". Acontece que lo dulce no siempre empalaga.
Desencuentros
Historia de caramelo
Braulio Spinetti quiere contarle algo a algún amigo, pero no tiene ninguno. En realidad los tiene, pero ahora está lejos. La gente que tiene cerca huele raro, camina lento y nadie come tostadas. Él quiere hacerse el distraído y tropezar con alguien que pueda ser su amigo. Pero ya lo ha leído por ahí y eso no es fácil que suceda.
Acontece que está enamorado. Bueno eso le parece. El otro día escuchó a Sean Penn decir en una típica película que enamorarse era levantarse pensando en una persona y acostarse pensando casi lo mismo. Es la definición más simple que ha escuchado al respecto, por eso le ha resultado sensacional.
No es la primera vez que le pasa, debe ser la décima. En realidad Braulio está enamorado desde que se hizo amigo de su razón. No recuerda algún momento de su vida que no lo haya estado. En su primera reunión social, el jardín de infantes, se enamoró perdidamente de los ojos de una compañerita muy tímida, que se escondía en su cabello castaño oscuro. Desde ahí el deporte de sufrir por lo que no tiene se ha hecho vicio. Es que no puede evitarlo. Tal vez podría hacerlo, pero elige esta montaña rusa de sentimientos antes que el aburrimiento de levantarse sin ninguna muchacha a quien flirtear.
Pareciera que su vida es fantástica, novelera y exótica. Ese es el discurso repetido hasta el infinito por sus amigos de lejos. Lo escuchan y envidian su cantidad de historietas. No conocen el secreto, Braulio cuenta sus aventuras con algunas piruetas inventadas. Pero no es tan divertido como parece. Más bien le resulta terriblemente agotador la cantidad de tiempo que invierte en amores inútiles y pasajeros, a los que se entrega con sinceridad y luego termina semidesnudo.
El problema es que esta vez es distinto. Es tan lindo lo que le pasa con esta increíble mujer que ni siquiera se atreve a sufrir su pérdida. ¿Por qué tiene que hacer el duelo si la ama con ingenuidad? Ya sabe que no la tiene, ni la va a tener, pero no le importa. Amarla ha significado volver brutalmente a ese amor de los cinco años. Quiere escribirle canciones, regalarle poemas, llevarla al teatro, contarle sus penas. Quiere irse al Congo, al Machu Pichu y a la feria Persa. No le importa… quiere tenerla cerca. Es que su olor lo lleva a sus orígenes, su gusto a frambuesa lo eleva a cuentos lunáticos.
Por dentro siente una avalancha de bellezas que le quiere decir… pero no la tiene. Pensó que escribiendo algunos versos románticos y desesperados podría aliviar su calor. Pero son sensaciones tan sublimes que no pueden morir en un papel, no es justo que se pierda tanto amor en la tinta. Por eso anda buscando alguien a la vuelta que esté dispuesto a deleitar su poesía.
Está triste porque descubrió que la gente no quiero escucharlo. Y no es porque no tenga amigos o porque no coman tostadas. Es porque la gente no quiere saber de pinceladas. Sólo quieren conocer una tragedia, un dolor, una pérdida. Debe de generarles envidia un amor tan sincero.
Allá va Braulio, con su amor entre las manos, buscando a quien le importe una historia de caramelo.
miércoles, 23 de mayo de 2007
Fusiones imaginarias
Mariana Scasso crea mundos en sus columnas, y quien leyó "La lluvia" ya lo sabe. Que nadie piense en el modelo de Manhattan Transfer (John Dos Passos), o en el de Fantasmas (Paul Auster); el cubo Rubik de un edificio que presenta Mariana Scasso pertenece a Mariana Scasso. Y aunque Eresfea incorpora la imagen descolorida de un Montevideo disfrazado de Londres, con la resistencia otoñal de un plátano, no pasa nada: el texto ya tiene color.
BUS STOP
Fusiones imaginarias
Cubierto por una capa de ozono agujerada en un continente dividido en norte y sur, ubicado en una zona de hermandades piqueteras en un pequeño país sin plata, caído junto a un río que la tiene en el nombre, de una ciudad arrinconada en un vecindario perdido, viven los colores. Si lee la oración anterior en voz alta, atropelladamente y casi sin respirar, tarda catorce segundos y siete milésimas, y actúa como los rojos. Ahora, si quiere parecerse a los plateados, la leerá respetando las comas, modulando cada sílaba y exhalando con voz armoniosa en dieciséis segundos y dos milésimas de segundo. La gama de los colores vive en un edificio de ese vecindario, perdido en la ciudad arrinconada del país pequeño, entre vecinos piqueteros del continente dividido del planeta agujerado. Respire.
Los rojos del 102 saludan al salir apurados del edificio, y a los doce segundos vuelven porque se olvidaron de algo; en cambio, los dorados del 305 ignoran la presencia de los otros y, despectivos, se retiran acompasadamente. Las paredes separan los colores, y la humedad invade cada apartamento de los 10. 000 metros cuadrados del edificio. La comunidad de los verdes del 506 tapa, despreocupada, las manchas de humedad con enredaderas. Los marrones, meticulosos, del 401 trazan cuadrados alrededor de las manchas y cada día, apuntan en una planilla, la expansión de la mancha para quejarse en la Administración. En cambio, los violetas del 603, envidiosos de que sus manchas sean más chicas que la de sus vecinos, no limpian las paredes para que se propague el moho. En el último piso, los amarillos del 709 encandilan con glamour y aún más cuando están de moda. Nunca se los encuentra de noche.
Son las nueve de la noche. El azul del 204, apoyado en la baranda del balcón, se deja llevar por el suave movimiento de la copa de los arbustos. Abajo, los rojos bailan flamenco con la música al máximo, y arriba, los plateados herméticamente encerrados en los 109 metros cuadrados de su apartamento recitan, petulantes, poemas del siglo XVI, incapaces de ventilar su mente. De la ventana de los verdes sale humo dulzón y se oyen coros acompañados con risas y acordes de un par de guitarras. Son las nueve y cuatro minutos y, lógicamente, los marrones cenan sentados alrededor de la mesa con un silencio sepulcral, mientras los violetas discuten a gritos quién dijo primero el que llevó mejor puntaje en un concurso de baile de la televisión, aparato siempre encendido, aun cuando no estén. El azul, indiferente a los ruidos, se mira en el estrellado cielo del planeta agujerado, de la vía Láctea sólida y del universo desconocido dentro de su universo infinito.
El 16 de febrero de 2007, a las 14 y 22 minutos con 34 segundos y 37,38,39 milésimas de segundo, al azul se le prendió la lamparita. Leía las teorías de la reproducción de la langosta meridional originaria de los yuyos del jardín de Don Rodríguez, mientras se derretía sofocado en el vecindario perdido y abandonado en la ciudad arrinconada en el país pequeño sin plata y piqueteado... ya saben. Comprendió el valor de las mezclas. Intentó fusionar a los plateados con la confraternidad de los verdes, para ver si les podía reducir un poco el egocentrismo y la desesperación por llegar primero sin que importe nada, vendiendo hasta a su madre porque él y él son lo único que le interesa. Buscó que los desordenados y apurados rojos adquirieran un poco de la meticulosidad de los marrones y que los marrones recibieran un poco de la espontaneidad del rojo. El glamour nochero de los amarillos debía fundirse en los violetas para que conocieran el mundo distinto de la caja multimedia y los amarillos adquieran un poco de tranquilidad. Pero las teorías son sólo eso, puras conjeturas. Los colores siguen viviendo en los 10.000 metros cuadrados del edificio, sin mezclarse, desperdiciando el potencial fusionado.
sábado, 19 de mayo de 2007
Lección 8: Toponimia
Alejandro Roselló no es nuevo en estos pagos de col-um-na. Ahora vuelve con una columna metacinematográfica (qué palabro) y casi magnética, donde hay puntos cardinales para perderse.
La fotografía también miraba al sudeste.
Brando, Pocahontas y yo.
LECCIÓN 8: TOPONIMIA
Rantés se para en el patio del psiquiátrico con una verticalidad asombrosa. Se yergue con la estampa de quien lleva una vida recta. Mira a la distancia, como si planeara a largo plazo. Lo ocupan disquisiciones elevadas, no tiene ganas de limpiarse los hilos de baba. Lleva de proa gorgoritos de saliva boquiabierta.
El director del hospital lo observa desde su despacho y concluye que Rantés siempre mira al sudeste. Suele estar así entre tres y cuatro horas.
Los test de inteligencia lo dan como un hombre superdotado, pero él dice ser un holograma. Lo analiza todo desde una perspectiva racional, pues el láser no tiene terminaciones nerviosas. Pero su racionalidad se hace a un lado por momentos: entre los demás enfermos, se ha convertido en un profeta. Se dice Extraterrestre y el médico que lo trata dice Jesucristo. Es un enviado que tiene su Dios en el sudeste.
El misterio del sudeste es ubicuo: desde cualquier lugar se puede mirar en esa dirección, y siempre será misterioso, porque la visión humana es demasiado corta como para realmente ver el sudeste. Quizás la razón extraterrestre no lo sea.
Si se avanza hacia él, tampoco se lo verá, porque la posición cardinal se presenta como un punto espacial al que jamás se podrá llegar. Un sitio que defiende su misterio corriéndose más hacia el sudeste cada vez que alguien intenta acercarse a él. Rantés, superdotado, no intenta la imbecilidad de acercarse a él. Sólo lo observa, absorto, observa.
A Rantés se lo ve en picado, en el patio del Borda, y el plano sólo dura unos segundos. ¿Por qué no una película de cuatro horas con Rantés mirando al sudeste? ¿Acaso no es otra manera de inducir el mismo misterio?
Andy Warhol se filmó durmiendo durante seis horas, un gran plano secuencia, onírico. La mente es aquí un sudeste inconsciente; un hombre que con los ojos dados vueltas, mira hacia sí.
Eliseo Subiela construye un misterio cortando negativos. Cortando y montando, distintos cineastas han creado misterios que me cuesta creer sólo sean de celuloide. ¡No lo son! Los misterios del cine se perpetúan en la vida de los personajes. Estos sólo han visto la luz durante la hora y media de proyección. Sin embargo, viven siempre y renacen cada vez que se proyecta nuevamente una copia del filme.
Otras veces los misterios del cine están en un punto cardinal: es El sur de Erice, un microcosmos al que miro cada tanto durante hora y media, como Rantés mira al sudeste por tres o cuatro.
Hombre mirando al sudeste, de Eliseo Subiela, resume los dos tipos de misterio, y el título de la película los resume aún más. Rantés mira al sudeste y tiene ascendencia sobre los demás enfermos, quienes creen en su prédica holográfica. Yo creo en la prédica de luces y sombras del cine, en esa suma de haces que no componen a un hombre sino a muchos.
El domingo por la tarde, compuso a Rantés, que decía ser holográfico y que en la pantalla del cine estuvo a punto de serlo, proyectado desde el fondo de la sala. Ese hombre que he decidido que sea un misterio. Ese hombre del que intento saber qué sueña, cuando no mira fijo al horizonte.
martes, 8 de mayo de 2007
Copiar y pegar
Joaquín Ramos corre rápido como un Fórmula 1 por una columna que tiene un regusto buscado a Julio Camba. ¿Quién tendrá la osadía de contrariar las observaciones de un hombre que aprecia la ortodoxia del silencio, puede citar a Raymond Carver y está leyendo una recopilación de cuentos de Sábato?
(Por cierto, Adán y Eva no comían manzana).
En la imagen, alumnos cerca la puerta de la Universidad de Montevideo. No se preocupen, sólo hablan de cosas trascendentes y, además, en voz baja.
De la azotea
COPIAR Y PEGAR
Por Joaquín Ramos
-¿Qué estás leyendo?
-Un libro.
-¿No jodas? ¿En serio?
Hay muchas cosas para leer. Hay revistas, cuentos, diarios, cómics, libros, y hasta aerosoles de ambiente en los baños. ¿Por qué no pueden aceptar que uno simplemente esté leyendo un libro?
Como si la respuesta fuera un insulto. Las personas piensan que uno arremete contra su inteligencia. Pero no lo hacemos con mala intención. Mi hermana me veía salir de casa vestido con ropa deportiva y con un par de zapatos de fútbol en la mano. Me preguntó a dónde iba. Yo le contesté que al zapatero.
Hay que saber por qué viene la pregunta. ¿Es un tema de curiosidad e interés insaciable? ¿O simplemente preguntamos para ser corteses y quedar bien? Tal vez lo hacemos para iniciar conversación.
Esas preguntas con respuesta obvia como la de qué estamos mirando cuando en la pantalla jugaban Italia y Francia es la típica de la persona que recién llega y no sabe cómo hacer para que le presten atención. No puede entrar silenciosamente, una llegada inexistente para la mayoría. No. Tiene que ingresar hablando en voz alta mientras comenta todo lo “terrible” que le pasó ese día. Aunque eso tan terrible sea que el guarda malvado le haya dado muchas monedas de cincuenta céntimos.
Creo que esas personas no conocen el real valor del silencio. Aunque logren una entrada triunfal, y por triunfal entiendo lo más cautelosa posible, casi imperceptible, no pueden aguantarse ni cuatro minutos.
-¿Y cómo va el partido?
¿Existe acaso algún espectáculo deportivo que no presente el tanteador con el resultado parcial en la esquina izquierda superior de la pantalla? Si conocen uno, por favor háganmelo saber. Me postularé como jefe de producción del programa. O del canal.
Y no hay señal posible que les haga saber que sus preguntas no son bienvenidas. Ni las miradas, el silencio demasiado prolongado después de cada pregunta, el cruce incesante de piernas, ni el “¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?” que me enseñó Raymond Carver.
Y por lo general son las mujeres. No quiero sonar machista, pero es así. Y no creo que puedan negarlo. Son esclavas del cumplido o de la charlatanería. No pueden evitarlo, su herencia viene desde el principio de los principios. Cuando Eva le preguntó a Adán qué estaba comiendo, justo antes de ser desterrados del Paraíso.
-Ya sé que es un libro, idiota.
-Bueno, ¿y yo por qué tengo que suponer eso?
-Te pregunté qué libro estás leyendo.
A veces me gustaría que las conversaciones tuvieran las herramientas del Chat. Copiar y pegar y ella hubiera quedado en evidencia.
-Ah. Cuentos que me apasionaron 2, una recolección de Sábato.
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