miércoles, 23 de mayo de 2007

Fusiones imaginarias


Mariana Scasso crea mundos en sus columnas, y quien leyó "La lluvia" ya lo sabe. Que nadie piense en el modelo de Manhattan Transfer (John Dos Passos), o en el de Fantasmas (Paul Auster); el cubo Rubik de un edificio que presenta Mariana Scasso pertenece a Mariana Scasso. Y aunque Eresfea incorpora la imagen descolorida de un Montevideo disfrazado de Londres, con la resistencia otoñal de un plátano, no pasa nada: el texto ya tiene color.

BUS STOP

Fusiones imaginarias

Cubierto por una capa de ozono agujerada en un continente dividido en norte y sur, ubicado en una zona de hermandades piqueteras en un pequeño país sin plata, caído junto a un río que la tiene en el nombre, de una ciudad arrinconada en un vecindario perdido, viven los colores. Si lee la oración anterior en voz alta, atropelladamente y casi sin respirar, tarda catorce segundos y siete milésimas, y actúa como los rojos. Ahora, si quiere parecerse a los plateados, la leerá respetando las comas, modulando cada sílaba y exhalando con voz armoniosa en dieciséis segundos y dos milésimas de segundo. La gama de los colores vive en un edificio de ese vecindario, perdido en la ciudad arrinconada del país pequeño, entre vecinos piqueteros del continente dividido del planeta agujerado. Respire.
Los rojos del 102 saludan al salir apurados del edificio, y a los doce segundos vuelven porque se olvidaron de algo; en cambio, los dorados del 305 ignoran la presencia de los otros y, despectivos, se retiran acompasadamente. Las paredes separan los colores, y la humedad invade cada apartamento de los 10. 000 metros cuadrados del edificio. La comunidad de los verdes del 506 tapa, despreocupada, las manchas de humedad con enredaderas. Los marrones, meticulosos, del 401 trazan cuadrados alrededor de las manchas y cada día, apuntan en una planilla, la expansión de la mancha para quejarse en la Administración. En cambio, los violetas del 603, envidiosos de que sus manchas sean más chicas que la de sus vecinos, no limpian las paredes para que se propague el moho. En el último piso, los amarillos del 709 encandilan con glamour y aún más cuando están de moda. Nunca se los encuentra de noche.
Son las nueve de la noche. El azul del 204, apoyado en la baranda del balcón, se deja llevar por el suave movimiento de la copa de los arbustos. Abajo, los rojos bailan flamenco con la música al máximo, y arriba, los plateados herméticamente encerrados en los 109 metros cuadrados de su apartamento recitan, petulantes, poemas del siglo XVI, incapaces de ventilar su mente. De la ventana de los verdes sale humo dulzón y se oyen coros acompañados con risas y acordes de un par de guitarras. Son las nueve y cuatro minutos y, lógicamente, los marrones cenan sentados alrededor de la mesa con un silencio sepulcral, mientras los violetas discuten a gritos quién dijo primero el que llevó mejor puntaje en un concurso de baile de la televisión, aparato siempre encendido, aun cuando no estén. El azul, indiferente a los ruidos, se mira en el estrellado cielo del planeta agujerado, de la vía Láctea sólida y del universo desconocido dentro de su universo infinito.
El 16 de febrero de 2007, a las 14 y 22 minutos con 34 segundos y 37,38,39 milésimas de segundo, al azul se le prendió la lamparita. Leía las teorías de la reproducción de la langosta meridional originaria de los yuyos del jardín de Don Rodríguez, mientras se derretía sofocado en el vecindario perdido y abandonado en la ciudad arrinconada en el país pequeño sin plata y piqueteado... ya saben. Comprendió el valor de las mezclas. Intentó fusionar a los plateados con la confraternidad de los verdes, para ver si les podía reducir un poco el egocentrismo y la desesperación por llegar primero sin que importe nada, vendiendo hasta a su madre porque él y él son lo único que le interesa. Buscó que los desordenados y apurados rojos adquirieran un poco de la meticulosidad de los marrones y que los marrones recibieran un poco de la espontaneidad del rojo. El glamour nochero de los amarillos debía fundirse en los violetas para que conocieran el mundo distinto de la caja multimedia y los amarillos adquieran un poco de tranquilidad. Pero las teorías son sólo eso, puras conjeturas. Los colores siguen viviendo en los 10.000 metros cuadrados del edificio, sin mezclarse, desperdiciando el potencial fusionado.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustó mucho. El mundo es un arco iris.

Anónimo dijo...

¡Bravo, Mari!
Si leés esto en algún momento, querría saber de vos. Voy a rastrear tu email.
Por ahora, saludos de una Londres multicolor.

El otro yo dijo...

¿Marie T? Mi cabeza desmemoriada no permite rastrearte, o tal vez, sea ¿la BBC news?

El otro yo dijo...

En la oración número 15, o sea, en la tercera oración del segundo párrafo hay un error, no son los dorados sino los plateados del 305. Tuve que decirlo, no puedo leer más a los plateados como los dorados.